Por Ricardo Natalichio
En unos días, exactamente el 27 de noviembre, comenzará en la ciudad de Durban, Sudáfrica, la 17 Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático - COP17. Para quienes no saben de qué se trata esto, es una conferencia anual que desde 1995 organiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC).
El objetivo final de las COP es la reducción mundial de las emisiones de gases de efecto invernadero, causantes según la comunidad científica internacional, del Calentamiento Global.
En estas cumbres anuales se reúnen expertos en medio ambiente, ministros o jefes de estado y organizaciones no gubernamentales de los países miembros de la CMNUCC.
Visto desde una lógica racional, debería ser algo bastante simple ponerse de acuerdo en reducir todos los países, en la parte que les corresponda, sus emisiones. Sobre todo teniendo en cuenta que posiblemente de eso dependa el futuro de la humanidad y de la mayoría de las especies que habitamos la Tierra.
Sin embargo, así como el fumador compulsivo, el alcohólico o el adicto a cualquier droga, no puede dejar de consumirla, incluso a sabiendas de que de ello depende su vida, a nivel global se plantea el mismo problema. Quienes deben tomar las decisiones son adictos al poder y al dinero, y reducir las emisiones podría provocar que tengan un poco menos de ambos.
Entonces aquí estamos, todos los habitantes de este aun hermoso planeta, siendo rehenes de un grupo de adictos, dueños de fortunas que no podrían gastar sus próximas 100 generaciones ni derrochando, cuyo único perjuicio sería tener un poco menos del dinero que no pueden ni contar.
Y así pasan las COP, una tras otra, desilusionando a los ilusos y lamentablemente dándonos la razón a quienes tenemos la creencia de que muy difícilmente pueda partir de allí un acuerdo que resulte suficiente para detener este flagelo que acosa la supervivencia misma del ser humano.
El objetivo final de las COP es la reducción mundial de las emisiones de gases de efecto invernadero, causantes según la comunidad científica internacional, del Calentamiento Global.
En estas cumbres anuales se reúnen expertos en medio ambiente, ministros o jefes de estado y organizaciones no gubernamentales de los países miembros de la CMNUCC.
Visto desde una lógica racional, debería ser algo bastante simple ponerse de acuerdo en reducir todos los países, en la parte que les corresponda, sus emisiones. Sobre todo teniendo en cuenta que posiblemente de eso dependa el futuro de la humanidad y de la mayoría de las especies que habitamos la Tierra.
Sin embargo, así como el fumador compulsivo, el alcohólico o el adicto a cualquier droga, no puede dejar de consumirla, incluso a sabiendas de que de ello depende su vida, a nivel global se plantea el mismo problema. Quienes deben tomar las decisiones son adictos al poder y al dinero, y reducir las emisiones podría provocar que tengan un poco menos de ambos.
Entonces aquí estamos, todos los habitantes de este aun hermoso planeta, siendo rehenes de un grupo de adictos, dueños de fortunas que no podrían gastar sus próximas 100 generaciones ni derrochando, cuyo único perjuicio sería tener un poco menos del dinero que no pueden ni contar.
Y así pasan las COP, una tras otra, desilusionando a los ilusos y lamentablemente dándonos la razón a quienes tenemos la creencia de que muy difícilmente pueda partir de allí un acuerdo que resulte suficiente para detener este flagelo que acosa la supervivencia misma del ser humano.